Se podría determinar el comienzo de la filosofía, y por tanto de la ética,
en el siglo VI a. C. en Mileto o Asia Menor (Grecia), cuando surge el
pensamiento racional con el paso del mito
al logos. Los mitos griegos son un conjunto de narraciones acerca del
mundo, de los hombres y de los dioses, así como de la sociedad, que pretende
ser una explicación total de la realidad. Y el logos es la explicación racional
que solamente es posible cuando las cosas suceden cuándo y cómo tienen que
ocurrir. Y fueron los primeros filósofos los que se empezaron a cuestionar las
definiciones de estos mitos, empezando a buscar las causas naturales de los
acontecimientos mitológicos. Son los primeros en preguntarse qué sentido tiene
todo, qué pensamiento es el acertado y cómo
podemos explicar la realidad. Surge
como consecuencia de esta nueva reflexión la moral. Es de error común que los
términos ética y moral se usen como sinónimos, pero la ética es una disciplina filosófica completamente teórica que hace
reflexión sobre la moral y las obligaciones del ser humano. Y la moral es la
práctica que resulta de sus acciones o caracteres, desde el
punto de vista de la bondad o maldad.
Escultura de Homero |
Habitualmente se considera a Sócrates el creador de la ética occidental
porque, mientras otros filósofos se encargaban de explicar el origen del
universo (physis), él se centraba en
el estudio del ser humano y la sociedad, formulando las cuestiones
fundamentales de la ética y propuso métodos y actitudes para resolverlas.
“Sócrates fue el primero que hizo bajar
a la filosofía del cielo, y la hizo residir en las ciudades, y la introdujo
hasta en las casas, y la forzó a preguntar por la vida y las costumbres y por
las cosas buenas y malas.”
Cicerón, M. T (45 a. C.). Libro Quinto:
que la virtud está contenta consigo misma para la vida feliz, Cuestiones
Tusculanas.
Haciendo un repaso por las distintas éticas de autores filosóficos nos
encontramos primeramente que, partiendo del dualismo de que todo ser humano se
divide en cuerpo y alma, Sócrates desarrolla el intelectualismo moral, una
teoría según la cual el que hace el mal no es malo sino ignorante y, como
consecuencia, para hacer el bien hay que estar educado.
En esta misma línea mantendrá toda su teoría ética Platón y será su
discípulo Aristóteles, que cambia este pensamiento. La ética, para él, es una ciencia práctica, no teórica, ya que establece normas para orientar el
comportamiento humano, y se interesa más por la práctica moral que por el
conocimiento. En su conducta el ser humano tiende cara ciertos fines que
considera útiles o buenos para su propia realización, y todos esos fines deben
existir en función de un fin último o supremo que es la felicidad. Aristóteles
dice que la felicidad no es algo único, sino que consiste en distintos tipos de
virtud. Hay dos maneras de actuar virtuosamente, por un lado están las éticas y
por otro las dianoéticas. Las virtudes éticas corresponden al alma sensible,
responsable de los deseos y pasiones, y que se basan en establecer un término
medio, destacando la justicia que se encuentra entre la libertad y la
insensibilidad. Para adquirir estas virtudes hay que ejercerlas para que se
establezcan como hábitos. Y las virtudes dianoéticas son propias del alma
racional. La parte teórica del alma racional correspondería a la virtud de la
sabiduría, que es el hábito que permite saber lo que es bueno y malo. Y la
parte práctica corresponde a la prudencia que determina racionalmente las
conductas que conducen a los fines. Establecería los medios adecuados para
lograr los fines establecidos por la sabiduría.
René Descartes |
Aquí entra en conflicto David Hume que considera que la razón no es el
fundamento de la moralidad, sino que el bien y el mal están relacionados con el
sentimiento, a lo que denomina emotivismo moral. Este filósofo afirma que
actuamos según algo nos agrada o no, mientras que la razón sólo se ocupa de lo
verdadero y lo falso. Por ejemplo, el matar a alguien es inmoral porque provoca
en nosotros un rechazo emocional. Aquí la moral es un tipo de saber distinto y
sus enunciados son de índole valorativa y la razón no es causa de moralidad
porque no conduce a la acción, la cual es movida por preferir algo, no por
conocerlo (que sería la actitud de la razón). Solo las pasiones generan
acciones y solo ellas las pueden impedir. Además los sentimientos que
fundamentan la moral son los que tienen en cuenta la humanidad y no solo al
individuo. Lo bueno es lo que es útil y beneficioso para la consecución de una
vida plena.
Una vez entendido que la ética es una ciencia que estudia lo bueno y lo
mano de la conducta humana, encontramos la ética descriptiva y la normativa. La
descriptiva se encarga de, como bien dice la palabra, describir los
comportamientos y costumbres de la vida moral para poder explicarlos, poniendo
en relieve lo que la mayoría de la gente considera correcto e incorrecto. No se
encarga de establecer cuál debe ser la actitud moralmente buena, sino que se
limita a constatar el hecho existente y describirlo de manera detallada. Esta
rama de la ética concluye que el comportamiento del ser humano es producto de
la sociabilización, que moldea y determina las normas, principios y valores por
los que nos regimos. Por otro lado, la función de la ética normativa es
completamente distinta. Ésta estudia lo que deberíamos considerar bueno o malo
y cómo debería actuar, dejando a un lado los prejuicios; pero no dice lo que se
debe hacer sino que justifica el por qué debe ser así. Su objetivo es la
formación y elaboración de las normas sociales, clasificando las acciones
humanas en adecuadas o inadecuadas, para poder definir últimamente el bien
moral.
Este bien moral puede determinarse gracias la intención de la persona, a
sus rasgos y virtudes, y sobre todo a sus consecuencias.
El consecuencialismo es lo que más preocupa, porque se trata de una postura
que se basa en que el fin justifica los
medio. Esta teoría se rige en que dependiendo de las consecuencias de los
actos humanos se define la moralidad de los mismos, negando que exista alguna
diferencia entre las consecuencias buscadas o deseadas y las que son meramente
previsibles. Su regla fundamental es que una conducta es buena o mala según si
su resultado es bueno o malo, solo tiene en cuenta las intenciones y no la
acción misma, una moral completamente utilitarista. Y al final no hay manera de
valorar la moralidad, porque se desconoce cuánto tiempo ha de pasar para
evaluar el acto como moral. Hoy en día el consecuencialismo se explica de la
siguiente manera:
“Afirma que el acto correcto en cualquier situación dada
es aquel que producirá el mejor resultado posible en su conjunto, juzgándolo
desde una perspectiva impersonal que da igual peso al interés de todos.”
Scheffler, S. (1988). Consequentialism and its Critics, Reino Unido: OUP Oxford.
Para cumplir su cometido, la ética se enfrenta a las tareas de tratar de
aclarar en qué consiste la moral, intentar fundamentar por qué hay moral y
tratar de aplicarse para orientar las acciones en los distintos ámbitos de la
vida personal y social.
La filosofía moral es el intento de alcanzar un entendimiento de cómo
debemos vivir y por qué. El término moral procede del vocablo latino mos
que significa costumbre, y
no se trata de una doctrina concreta ni de un conjunto de normas, sino de una
dimensión de las personas y de las sociedades que surgen en ambas cuando
perciben que hay una forma de vida, unos ideales más típicos de los seres
humanos que otros. Las personas nacen con una índole, unos sentimientos y un
carácter que se nos atribuye de manera natural y social, pero esto no quita que
podamos adquirir un nuevo carácter. Ya lo decían Zubiri y Aranguren, unas características nos las otorga la
naturaleza y otras las tenemos por apropiación. De ahí que moral signifique
costumbre, porque cuando nos apropiamos de ciertas propiedades que van
moldeando nuestra forma de ser, se acaban convirtiendo en costumbres para
nosotros.
Al dar razón de esa dimensión y al buscar los fundamentos de la moral, nos
daremos cuenta de que vivir moralmente
consiste en ser persona en el más pleno sentido de la palabra.
Para ser persona es preciso educar tres aspectos: Forjarse un buen carácter,
agudizar ese sentido para las cuestiones morales al que se dio el nombre de
conciencia y adquirir criterios morales, sabiduría práctica. Estos tres
aspectos componen la estructura moral del ser humano.
Tras esto, podríamos pensar que, al igual que existe la moralidad, una
persona podría ser amoral. El amoralismo fue planteado en el siglo XIX por los
alemanes Stirner y Nietzsche que explica que un ser actúa automáticamente sin
control sobre sus actos, ni tampoco responde ante ellos. El problema es que,
como seres racionales, inevitablemente cuando actuamos nos imaginamos distintas
posibilidades de proceder y, justificando la elección, debemos escoger una.
Según las normas establecidas, una persona puede comportarse de manera moral o
inmoral, haciendo uso de su conciencia.
Lawrence Kohlberg |
La convención es el acuerdo social, y en el
primer nivel no le afecta al individuo, no actúan influidos por los demás sino
por algo aún más simple, que es su propia supervivencia. En este nivel (al
igual que en el resto) encontramos dos estadios. En el primero la persona actúa
por temor al castigo. Las cosas son buenas o malas dependiendo sólo de si le
castigarán o no por hacerlas. Mientras que en el segundo, no actúan teniendo en
cuenta las necesidades de los demás, sino sólo las suyas propias, por tanto,
una acción o valor es bueno si le beneficia a él y malo si no le aporta nada.
El nivel convencional es el mundo que marca la
sociedad a la que pertenecemos, con unas pautas sobre lo que considera bueno o
malo. El estadio tres (que se encuentra en este nivel) de la persona es cuando
actúa en función de que existen muchas personas que le rodean que esperan
determinados comportamientos de él. Y en el estadio cuatro se mueve desde el
punto de vista de la sociedad en general y no sólo de las personas más
cercanas. Así empieza a considerar bueno cumplir los deberes que se estiman
convenientes.
Y en el último nivel, las personas han superado
ya la fase de la sanción social y sólo les preocupan los valores superiores,
pudiendo ir en contra de cualquier situación injusta aunque en esa sociedad se
tolere. En el estadio cinco, la ley para estas personas es lo más importante
porque cree que ellas nos protegen a todos y son necesarias para poder vivir
con calidad humana. Mientras que en el estadio último (el seis), algunas
personas llegan a plantearse que deben guiarse por principios éticos
universales, aquellos que toda la humanidad aceptaría para vivir bien. En la
base está el reconocimiento de la dignidad de todos los seres humanos.
Cuando alcanzamos cierta edad y madurez, nos
damos cuenta de que los contenidos morales, es decir, los valores, normas y
costumbres, cambian según las épocas, las culturas y los grupos, de forma que
parece imposible encontrar valores comunes. Por ejemplo, en la Edad
Antigua la esclavitud no se consideraba inmoral porque estaba muy arraigada en
las costumbres de la sociedad de aquel tiempo. Pero no es descabellado
reflexionar sobre ello pensando que la esclavitud es injusta y no debería de
haber existido nunca, y lo defendemos diciendo que toda persona es libre y es
poseedora de una dignidad. Con esto demostramos que hay cuestiones morales que
no solo vale para mí, sino también para cualquier ser humano. La cuestión de
todo esto es, entonces ¿puede ser la moral algo subjetivo, o existen un
conjunto de valores morales que valen igual para todos?
Encontramos aquí dos posiciones. Por un lado el
absolutismo afirma que la moralidad depende de principios universales, y en
comparación encontramos el relativismo moral que afirma que todo conocimiento o
principio moral depende de las opiniones o circunstancias de las personas, y
como éstas se encuentran en continuo cambio, y como el conocimiento no es
independiente de opiniones o situaciones, no puede ser objetivo o universal, ni
es transferible en el tiempo. Por lo que los principios de lo justo y lo bueno
solo son válidos para un grupo determinado y no para todos en general, es
decir, lo bueno y lo malo es siempre relativo. Esta creencia es consecuencia
del individualismo[1] o subjetivismo[2].
“Sobre lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo sostengo con toda
firmeza que, por naturaleza, no hay nada que lo sea esencialmente, sino que es
el parecer de la colectividad el que se hace verdadero cuando se formula y
durante todo el tiempo que dura ese parecer.”
Protágoras (s.f.)
El relativismo surgió en Grecia con los sofistas del siglo V a. C.,
especialmente con Protágoras, cuando estos pensadores comprobaron en los
discursos públicos la diversidad de puntos de vista y el hecho de que cada uno
de ellos pudiese defenderse con argumentos aparentemente convincentes, sin
poder encontrar un criterio para resolver las disputas. Así,
pues, para los sofistas, la areté o virtud moral es inapelablemente un
punto de vista subjetivo y son los individuos o los grupos humanos los que,
según las circunstancias y según su conveniencia, determinan lo que está
"bien" y lo que esta "mal".
Immanuel Kant |
Su obra puede dividirse en tres periodos:
1. Pre-crítico, donde
está influido por la metafísica tradicional interesado por la obra de Newton y
escribe Historia natural y Filosofía del cielo.
2. Periodo crítico,
donde escribe sus obras más importantes. Su filosofía cambia de rumbo tras
conocer la obra de Hume, quien según sus propias palabras “le despertó de su
sueño dogmático”, porque hasta esa fecha se trataba de una filosofía
tradicional. Aquí escribe Crítica de la
Razón Pura, Crítica de la Razón
Práctica y la Crítica del Juicio.
3.
Y por último el Post-crítico, en donde Kant se preocupa de reflexionar
acerca de la historia y las cuestiones políticas reflejadas en sus obras La metafísica de las costumbres y La paz perpetua.
La cuestión aquí se centrará en su periodo segundo, donde este filósofo diferencia dos funciones dentro de la Razón humana, por un lado se encuentra la Razón teórica que se ocupa de conocer las cosas. Kant explica en la Crítica de la Razón Pura cómo las personas conocen los hechos y hasta dónde podemos conocer los objetos. La otra función es la Razón Práctica que se ocupa de determinar cuáles son los principios que han de determinar la conducta humana para que ésta pueda ser racional y, por lo tanto, moral, y Kant lo explica en la Crítica de la Razón Práctica.
La ética kantiana representa una auténtica novedad en la historia de la
ética porque hasta este momento, las teorías éticas habían sido materiales,
mientras que la ética de Kant es formal. La ética material es aquella según la
cual la bondad o maldad de la conducta humana depende de algo muy concreto que
se considera como un bien supremo para el ser humano. Los actos serán buenos
cuando nos acerquen a la consecuencia de tal bien supremo, y malos cuando nos
alejen. Toda ética material parte de que hay bienes o cosas buenas para el
hombre y establece unas normas o mandatos encaminados a alcanzarlos. Las éticas
materiales son, de este modo, éticas con contenidos determinados que nos
muestran claramente qué es el bien y qué debemos hacer para conseguirlo.
Kant rechaza este tipo de éticas porque son empíricas, solo puede conocerse
a través de numerosas experiencias que acaban generalizando los mandatos que se
establecen. Y para el filósofo alemán la experiencia nunca puede proporcionar
leyes o principios universalmente válidos. También dice que los mandatos de las
éticas materiales son hipotéticos o condicionales, ya que si alguien, por
ejemplo, te dice que no fumes si quieres vivir más años, el que recibe el
consejo siempre puede deducir que él no desea tener una vida larga, por lo que
la validez del mandato quedaría reducida solo a aquellas personas que sí la
desean. Otra razón de su rechazo es que las éticas materiales son todas
heterónomas, que es lo contrario de autónomas, y si la autonomía consiste en
que el sujeto se dé a sí mismo la ley de comportamiento, la heteronomía
consiste en recibir esa ley desde fuera de la propia Razón.
Por otro lado, una ética formal es una ética vacía de contenidos, ya que no
establece ningún bien o fin que haya de ser conseguido y no nos dice lo que
hemos de hacer sino cómo debemos actuar, la forma en que hemos de obrar siempre
para obrar moralmente. Porque cuando uno actúa de esta manera lo hace por
deber, y el deber es el sometimiento a una ley, no por utilidad ni por
satisfacción, sino por respecto a la misma.
Dentro de la obra de Kant, la exigencia de obrar moralmente no es un
imperativo hipotético como los mandatos de las éticas materiales, sino
categórico, que posee un valor absoluto. Y para él el imperativo categórico es
la ley básica de su ética formal, y formula lo siguiente:
“Obra de tal manera que lo que hagas se
pueda convertir en ley universal.”
“Obra de tal manera que nunca uses a
otro ser humano como medio sino como un fin en sí mismo.”
Kant, I.
(1785). Capítulo segundo: Tránsito de la filosofía moral popular
a la metafísica de las costumbres. Fundamentación
de la metafísica de las costumbres (pp. 21)
En estas formulaciones no se expresa ninguna norma concreta, por lo que el
contenido concreto de las mismas lo decide libremente, y de manera racional,
cada individuo.
Pero Kant evita hablar sobre lo bueno y lo malo, aunque defiende que existe
lo bueno incondicionado como la buena voluntad.
“La buena
voluntad no es buena por lo que se efectúe o realice, no es buena por su
adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto, es buena solo por
el querer, es decir, es buena en sí misma.”
Kant I.
(1785). Capítulo primero. Tránsito del conocimiento moral vulgar
de la razón al conocimiento filosófico,
Fundamentación de la metafísica de las
costumbres (pp. 8)
Tal como hemos visto aquí parece muy sencillo entender como nosotros mismos
podemos construir nuestra propia filosofía moral. Sin embargo esto se complica
enormemente con la desaparición moral en el giro postmoderno del pensamiento
del siglo XX.
[1] El individualismo se opone a
toda concepción colectivista o societaria de la realidad humana, al considerar
que aceptar el predominio y la determinación de lo social sobre lo individual
significaría poner en cuestión la libertad del individuo, relegándole al papel
de mera pieza de un mecanismo.
[2] El subjetivismo es la postura filosófica que toma como factor
primario para toda verdad y moralidad a la individualidad psíquica y material
del sujeto particular, siempre variable e imposible de trascender hacia una
verdad absoluta y universal.